Hace unos días me llegó una convocatoria del Instituto Cubano de la Música (ICM), anunciando que hoy, en sus jardines, se va a hacer una trovada recordando a Sara. Tras la sorpresa de que ya hiciera un año, me dije: “Qué bien que se haga esto”.
Aclaro que me lo dije sabiendo que yo no iba a ir. La verdad es que cada vez me cuesta más trabajo sumarme a los tumultos y a las colas, aún cuando sean para bondades como rendir tributo a una persona que merece nuestro amor, como Sara.
Ahí mismo me vino a la mente cuando ella me pidió “Querer tener riendas” y yo se la regalé, la verdad que con agrado, porque se la había aprendido, y muy bien, desde el instante mismo en que me la escuchó. Después me complació tanto su versión que consideré que no valía la pena que yo la siguiera cantando, al punto que olvidé hasta como se tocaba en la guitarra.
Partiendo de que no iba a asistir a la convocatoria colectiva, pero acudiendo puntual a la mía, empecé a tratar de reencontrarme con mi propia canción. Ese sería mi homenajito personal. Pero entonces descubrí que en RE, el tono primigenio de "Querer tener riendas", ahora me quedaba un poco alta.
La guitarra tiene sus características. No es como el piano, que lo que se toca en una tonalidad se puede reproducir fielmente en otra. Por la estructura del instrumento, en la guitarra la música transportada no siempre puede reconstruirse igual. Sin embargo, en este caso, encontré un tono en que “Querer tener riendas” podía sonar, digamos, aceptable.
Luchando contra la memoria digital, que hace que los dedos vayan para donde recuerdan haber estado, me aprendí nuevamente mi canción, a la sombra de Sara. Esto me llevó a recordar que hace algunos años ella me invitó a hacerle una voz en una grabación y que no me quedó muy bien.
Otra pregunta que me hice, fue por qué a la Gorda le había gustado tanto esta canción que implora dominio de las bestias que Eros conduce con imprudencia “por el precipicio de la noche”. Y no pude menos que recordar que, por los mismos tiempos en que me la pidió “prestada”, ella andaba dolida por el fracaso de una relación y me había advertido: “Flaco, yo voy a amar a quien me ame…”
Fuera por lo que fuera, Sara sigue siendo la mejor intérprete que haya tenido nunca esta canción que —acabo de descubrir— es una suerte de soneto infiel:
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